martes, 29 de marzo de 2011

Bonita hasta la muerte






TEXTOS DE SALA
Exposición "Bonita hasta la muerte"
SENSIBILIDAD Y DISCURSO EN LA OBRA DE MARÍA EUGENIA CHELLET 
Erik Castillo



Desde los años ochenta, María Eugenia Chellet parte de la práctica fotográfica hacia otros medios (collage, objeto, performance, video), enlazando una exploración sobre las identidades del cuerpo femenino con la revisión irónica de múltiples plataformas iconográficas de la Historia del Arte Occidental. Su trabajo desarrolla un culto crítico y ambivalente por la imaginería mediatizada de la industria del entretenimiento y de la cultura del espectáculo. La autorreferencia ininterrumpida, el despliegue de una inmensa autobiografía siempre inacabada, dan fuerza y forma al discurso estético de la artista, el cual adquiere la lógica de una transferencia de su identidad hacia representaciones estereotípicas, prototípicas y arquetípicas de la mujer: todas ellas advocaciones polimórficas e intercambiables que componen una historia no-oficial del arte y una narrativa solipsista.
La sensibilidad de Chellet es una apuesta en el sentido de que se puede generar conocimiento artístico desde dentro de la experiencia con lo mediático, específicamente, con la producción industrializada de las imágenes tanto del reino de la publicidad, como de la esfera fetichizada del arte. Una tras otra, van desfilando por la mentalidad de Chellet y frente al espectador de las obras, huestes de representaciones de mujeres-muñecas: divas brillosas condenadas a ser bonitas hasta la muerte, objetos de adoración colectiva. El aparato de seducción que ha puesto en marcha Chellet implementa elementos de la tecnología de la superficialidad y el boato, para detonar un enunciado irrevocable en el que la necesidad de la artista por alcanzar un estado de liberación frente a los atavismos de su historia personal, son alegorizados en múltiples figuraciones-avatares.
El ama de casa refundida en la sujeción doméstica; la puta condenada; la virgen resplandeciente de piedad infinita; la niña lejana del álbum fotográfico familiar; la hechicera que obra maravillas en lo recóndito de la mitografía; la heroína aerodinámica; la musa inalcanzable hasta para sí misma, aparecen y se desvanecen alternativamente en los añoramas, electrografías, collages, videos y acciones ejecutados por Chellet. Son figuras que desfilan en las pasarelas de una producción enfocada en la dimensión ritual-ceremonial del cuerpo de las mujeres, en una escalada de narcisismo desmedido. El paraíso verdadero de tal sucesión de imágenes en la producción de Chellet, sería el fin de sus desdoblamientos, la consecución de su libertad bajo la imagen-presencia de una mujer común, reconocida y con derechos, desmitificada, de una civil cruzando el umbral de la afirmación social más allá de todo performance, para ser una persona el día después de la era oscura del espectáculo.


BONITA HASTA LA MUERTE, EXPOSICIÓN ANTOLÓGICA DE MARÍA EUGENIA CHELLET



Bonita hasta la muerte es el apropiado título de la muestra antológica de María Eugenia Chellet, una de las artistas mexicanas que en el último tercio del siglo pasado, supieron adelantarse de manera brillante al boom posmoderno, con la práctica del performance y de producciones derivadas del collage, del fotomontaje y del arte objeto.

Cultivada en el cruce de medios artísticos y de diversos conocimientos humanísticos y sociales, Maru ha sabido trabajar y dominar “la escena” desde múltiples posibilidades conceptuales y espaciales, teniendo como eje a la autorrepresentación. Ésta se despliega en una multiplicidad de imaginarios que parecieran concretar en su extensión y alcances simbólicos, al eterno femenino imaginado por Goethe. A manera de Mona Lisa, Venus de Milo, Maja desnuda, personaje de los Arnolfini, Juana de Arco, Muñeca-Lupe, Cenicienta, Virgen del Lobo o Virgen del árbol, entre varias más de sus caracterizaciones, la artista ha llevado a cabo una apropiación de imaginarios tan pragmática como culterana, en su elección de íconos de consumo inmediato y cotidiano, como también de otros más sofisticados.

La marcada presencia del Kitsch en varios de sus trabajos, incluyendo a sus magníficos fetiches –como la metralleta de la Barbie o el catafalco de Marilyn Monroe o los objetos de Mata Hari— ,que involucra al humor, al juego y desde luego a la ironía, se afirma como un comentario a la ambivalencia de los signos que intervienen en la seducción; en esa facultad que sustenta al gran poder femenino, verdadero rector del devenir humano, según lo afirma Baudrillard en su memorable ensayo dedicado al tema. El apoderamiento de los signos también conduce a una revisión crítica de los roles sociales y de género. Además de la seducción, un poderoso elemento crítico participa de manera soterrada o explícita en el discurso visual o en la vivencia, como el columpio victoriano o las doce mujeres congeladas como estereotipo, arquetipo y prototipo, que participarán en el performance que presentará la artista el día de la inauguración.

Maru Chellet es una artista que descubrió muy pronto la magia y los alcances del artificio en el arte, así como del collage en su función de unir y reconfigurar realidades y dimensiones, y de los juegos que se pueden abrir en la frontera entre la representación y la vivencia. Sus cajas, objetos, instalaciones y ambientaciones son un alarde de imaginación, destreza e impacto estético, en registros que van desde lo kitsch hasta un refinamiento que recuerda el de Alan Glass y el de otros exponentes de una notable tradición mexicana de creadores de cajas.

Como practicante distinguida del arte acción, se ha desplazado en la frontera arriba señalada, y casi siempre su cuerpo ha fungido como espacio principal de significación, llevado en ocasiones a límites extremos pero sin convertirlo en el objeto principal de la acción. Virgen, madre, prostituta, diva…Una y única o desdoblada en heterónomos, sus autoreferencias fungen a veces como autorretratos, al ser exploraciones introspectivas, y en otras como autorrepresentaciones, privilegiando así una reflexión de y desde ella hacia el entorno cultural.

Tardía pero sin embargo muy a tiempo, esta revisión antológica permitirá re-conocer, re-situar y disfrutar a esta admirable artista, a la vez que corregir las historias incompletas del arte mexicano que no la tengan debida y gozosamente registrada.
Luis Rius Caso

LAS ALEGORÍAS DE LA DIVA

¿Qué otro fenómeno que evanezca la seriedad temporal del símbolo, al reducirlo al instante, que la alegoría, sortilegio de espíritu atemporal que vuelve al mundo un tránsito en esplendor donde la existencia, los signos, los objetos, van contra toda imposición de perennidad? El arte de Eugenia Chellet es una compleja y lúdica respuesta a esa pregunta.

Totalmente alegórica, su producción apunta al blanco de la historia del arte moderno y tardomoderno del Renacimiento al siglo XXI, utilizando ese acervo de imágenes de la cultura occidental dominante para el logro de sus transfiguraciones apropiacionistas de aguda inteligencia conceptual y estética, el elegante erotismo en movimiento que ha desplegado en su búsqueda en sí misma. Interviene con su cuerpo y rostro la interrelación de signos de las imágenes elegidas como blanco de su ironía, reapareciendo en simulacros vitalizados por nuevos entramados semióticos que dan paso al proceso de la transmutación.

Antología de obra por demás interesante y densa por su reino técnico y atino ideológico, en donde la metodología clave para las sustituciones y cambios iconográficos es la performatividad y la serialización como acentuación e intensificación de la circunstancia estética, “Bonita hasta la muerte” se plantea en dos paralelos: por un lado, la intervención del arquetipo y sus variaciones contemporáneas, a la vez que, por el otro, la desactivación del poder, valiéndose de la liminalidad del placer de trastocar y de sentir. Es una oda a la transitoriedad, una constelación de medios e imágenes múltiples en que Eugenia es mujeres pintadas por artistas barrocos, de Leonardo al Bosco, de Rubens a Goya, otras de la imaginería mediática actual o figuras provenientes de la imaginería religiosa; vírgenes romántico-democratizadoras en paralelo con prototipos de mujeres cotidianas en registros diversos (la asesina, la prostituta, la monja, la enfermera) de un espectro social en que lo femenino ha sido estigmatizado.

El uso y reuso de artes de la luz, de la acción y el manejo de espacios múltiples se despliegan invitándonos a la levedad honda de su alegoría, su puesta en jaque del tiempo eternizante en la pasión de lo efímero en donde los afectos son matices impalpables e intermitentes de su discurso exaltador de lo femenino y la metáfora. O ¿no exhiben esa tácita actitud los “Añoramas”, la vehemencia de la vírgenes por el árbol o por el lobo pop que sostienen sobre las piernas y entre los brazos? El afecto, que se diría lejano de una creadora contemporánea sarcástica, funciona allí como cualidad subalterna de cohesión, materia que une dimensiones como finísima red de araña o extraño éter.

La interdisciplinariedad de Eugenia Chellet tiene el fundamento supremo del eros, el juego serio, la seriedad lúdica, el afán de objetividad necesarios para reconfigurar el mundo e invitar al otro a ver y saborear el banquete. Puede, entonces, entender y generar a una muñeca desolada, una virgen, una enfermera, una actriz, la accionista, la otra en donde es, más que nunca, la Diva en la majestad de su arrasante y contundente alegoría.
Elia Espinosa

IRREPETIBLE

No sé cuántos pliegues y dobleces puede tener la obra de un artista, pero sin duda la obra de la Chellet es una obra que recorre largos periodos de historia y sobre todo se mete en recovecos inundados de detalles. Hace uso del imaginario femenino con una mirada muy específica. Es capaz de recontextualizar los estereotipos, resemantizando imágenes y presencias a través del collage, el ensamblaje, el cut out, la fotografía, la instalación, el video, el arte objeto, las cajas y los añoramas.

Reubica al cuerpo en un escenario vívido. Sus performances recurren constantemente al tableau vivant y al diorama. Toma elementos y recursos del teatro pasando del cabaret al vodevil; humor, música y a veces hasta el humo de un cigarrillo, es una meretriz llena de encajes que seduce. Ella, en ocasiones pretende ser una diva o una reina y lo logra altiva; en otras es una estatua, seca, rígida, inmutable, constante.

La Chellet ve al mundo con una óptica sumamente particular, sin exagerar, ella ubica elementos claves en la cultura massmedia, y los cubre con un halo kitsch, con una pátina de glamour y extravagancia. El mundo de la Chellet está lleno de animal prints, diamantina, encajes y plumas, es un universo vintage total, cuidadoso y subjetivo, producto de años de observar y convivir de cerca con él. Un ojo muy crítico y selectivo que captura y reproduce, con la exactitud del bisturí de un médico, pequeños retablos barrocos, encapsulados o enmarcados en una caja.

Ella adora la belleza y la reproduce, pero con una lupa fina, un monóculo de reina roja y con la presencia y garbo de una diva. Por eso, la obra de la artista María Eugenia Chellet se resume en una sola palabra: irrepetible.

Pancho López